En años anteriores he escrito 2 entradas que hablaban de mi
hija y hasta ahora no había hecho ninguna que hablara de mi hijo, y creo que se
la debía.
Estamos en año y medio de edad, y tengo la suerte de que
haya decidido ser mi compinche de cocina. Se apunta a cocinar lo que sea. Solo
hay una pega, si se la puede llamar así, que estoy aprendiendo a cocinar con
una mano y muchas veces eso no es bueno. No le importa pasarse horas mientras
me vea mover ollas, remover arroz o hacer tortillas. Él es feliz. En casa lo
hablamos y decimos que si no apunta maneras de chef le falta poco. Por varias
razones: una por querer cocinar, pero otra por querer probarlo todo. Y cuando
digo todo, es todo.
También creo que tengo mucha suerte cuando, molesto por un catarro,
por ejemplo, se despierta en mitad de la noche y dice: “¡Papa!”. Para mí
significa varias cosas. Primera, que sé que voy a dormir poco y eso pocas veces
te alegra, para que nos vamos a engañar. Segunda, que para mí es la más importante,
debemos evaluar cómo se encuentra y decidir una acción. Ya sea darle alguna
medicina, aspirarle la nariz o directamente dormirlo. Ésta tercera es muy
agradecida. Cuando decidimos, por que lo decidimos de mutuo acuerdo (guiño,
guiño), que dormir es lo mejor, él me elige como su cojín. ¡Imaginaos! Que te
elijan de cojín. Eso no tiene precio. Puedo pasar el resto de la noche en
duermevela en el sofá con él a pierna suelta durmiendo, pero aun así contento
por muchas razones.
Me gusta darle a “mi” gente motes cariñosos o relacionarles
sus nombres con personajes famosos. En su caso tengo varios: Indominus Maximus
me encanta, porque define muy bien cómo es (indomable) y lo que significa para
mí junto con mi hija (lo máximo). Matts Wilander (por el tenista) está en segunda
posición. Cuando lo llamo así siempre me retorna una sonrisa a cambio, por lo
que seguiré haciéndolo hasta que me diga lo contrario.
No lo voy a negar, es un excelente compañero. Me acompaña
allá donde vayamos. Siempre con una sonrisa y saludando a todo el mundo. A
veces creo que llevo un imán para que la gente se pare a hablarte. Con mi hija
pasaba lo mismo. Tienen un efecto llamativo sobre la gente.
Además, tenemos la suerte de que está en plena forma, muy
ágil para su edad, motivadísimo por una hermana polvorilla a más no poder, que
lo convierte en un pillo salao como él
solo. Y sano. No sabéis la de veces que pides esto cuando tu mujer está
embarazada: “que salga sano, que salga bien…”
Debo reconocer que antes de nacer nunca creí que querría a
nadie tanto como quería a mi hija, pero el tiempo ha dado la razón a algunos
amigos que me decían que cabía alguien más en el corazón de una persona y que
eso era lo más emocionante y bonito del mundo. Qué razón tenían. Max, te
quiero.